México A Través De Sus Hombres Y Banderas
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En tan valiosa monografía, dividida metódicamente en varios capítulos, Carolina Baur ha hecho con acertada selección y acopio de escritos, decretos, proclamas, artículos de documentos anónimos, editoriales periodísticos, discursos de elocuentes y elegantes oradores como Mauricio Magdaleno, Maldonado Aspe y Gómez Esqueda; de crónicas saturadas de la veracidad clásica, del patriotismo y del talento y aún del recio y sobrio parte de guerra.
Por eso, en el primer capítulo que dedica a la Época Prehispánica y Virreinal, nos sorprende la pluma autorizada de Mateo Higuera, descifrando ante nuestra curiosidad los estandartes religiosos y militares de Tenochtitlan y Tlaxcala, los diversos usos de los pendones e insignias que simbolizaban siglos cosmogónicos, cacicazgos heroicos, efemérides y hasta costumbres y tradiciones artísticamente estilizadas. Alternan los relatos del conquistador Bernal Díaz del Castillo con los del escritor Manuel Payno acerca del Emperador Cuauhtémoc; Díaz del Castillo consagra la intención del libro a modo de portada victoriosa hablando del Río Banderas; la prosa de González Obregón recreándose al describir el tradicional Paseo del Pendón; un artículo de la autora intitulado Estandartes de Cortés y Pendones Españoles, así como la docta pluma del Lic. Martínez Cosió en un ensayo de Heráldica Mexicana.
En el capítulo dedicado a los hombres y banderas de la Insurgencia de 1810, vemos los estandartes del cura Hidalgo, de Morelos, de Allende y de otros caudillos independentistas y comprendemos la transformación de las ideas libertarias que hablan en los lábaros; primero, con el grito fogoso de la independencia que amotina a los pueblos alrededor de la imagen guadalupana, que despierta el arrebato religioso y hace numerosas las turbas insurgentes; luego son los propósitos revolucionarios que genialmente José María Morelos y Pavón ejecutó con la estrategia de sus campañas y con sus ideas constitucionalistas que pretendían configurar un estado democrático americano con soberanía absoluta y tres poderes representativos. Revivimos sus históricos «Veintitrés Sentimientos de la Nación» que llevó a la memorable sesión del Congreso de Chilpancingo, y una estampa romántica se nos aparece en la cumbre del Cerro del Veladero con su banderín, el «Doliente de Hidalgo», a manera de un bajel corsario encallado en la sierra, bloqueando con su emblema de guerra a muerte, dibujado en la brava calavera rebelde y ondeando finalmente victorioso en las alturas del Castillo de Acapulco.
La descripción gráfica de todos estos motivos es apreciable por todos conceptos y nos revela el culto a los héroes que la autora en el curso de su trabajo trata de imprimir.
Esta monografía dedica un capítulo a la Guerra de Texas de 1836 y a la Invasión Norteamericana de 1847; realistas páginas de nuestros historiadores, testigos presenciales de estos acontecimientos como Martínez de la Torre, Gral. Vicente Riva Palacio, Pedro Anaya, José María Salas; comentarios de Miguel Lerdo de Tejada, Juan Manuel Torrea y escritos sobre la Invasión Francesa de Porfirio Díaz, José de la Luz Suárez y Horacio Sobarzo; editoriales del siglo pasado y documentos de gran valor histórico alternan con las estampas de tantas banderas gloriosas que perduran junto con las figuras del Gral. Antonio de León, del Coronel Xicoténcatl Zuazo y de los cadetes de Chapultepec, que toman relieves de bronce impertérrito en la epopeya trágica del 47.
Al hojear la obra recorremos las transiciones que México ha vivido, discutimos las ideas políticas y las convicciones que los antepasados discutieron; de la monarquía, contra la República, del libre pensamiento frente al claustro, de los liberales frente a conservadores, de imperialistas y republicanos.
Asistimos a la conmoción revolucionaria de 1910 con el Plan de San Luis, del Apóstol Madero, simiente del movimiento revolucionario que ha convertido su victoria en el movimiento político y legal llamado la Constitución de 1917, síntesis espiritual de esta Patria inquieta y pujante que a través de su movida historia, mantiene firme su ser y el anhelo de un progreso equilibrado y ejemplar.
Las Banderas de la Revolución representan el fuego guadalupano que Hidalgo enarbolara, que no dejó caer Morelos y que sostuvo con voluntad inquebrantable, que en 1821 incendió los colores trigarantes que manos patricias transfiguraron en símbolo de la República y de la Libertad; fuego que avivará en la posterioridad las fuerzas del trabajo y las voces que surgieron de la parcela dramática y del surco, insignia del Plan de Guadalupe; pabellón de las gestas de Villa y de los combates incendiarios con que Zapata aniquiló los latifundios, el que alentó a los mineros de Cananea y a los obreros textiles de Orizaba en la conquista sangrienta de sus derechos.
Hace también Carolina Baur un justo llamado con el capítulo dedicado a nuestra Marina Nacional, porque comprende que entre la gente de mar ha habido muchos brotes heroicos como en la defensa de las muchas veces sitiada Veracruz.
Completa su esfuerzo investigador haciendo un descubrimiento grandioso que le lleva diez años de ardua labor para demostrar que la Bandera SIERA con los tres colores: verde, blanco y rojo perteneció a los ejércitos libertadores de 1812. Esta investigación ha sido plagiada muchas veces, aprovechando los artículos periodísticos al respecto, así como las celebraciones centenarias del nacimiento del Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo, y del Himno Nacional que convoca a la mexicanidad; celebraciones que pretendieron unificar los ideales patrios. El presente trabajo de Carolina Baur consuma y enaltece tales recordatorios nacionales; no solamente ante el significado de tricolores brillos y su aparición, del águila del recuerdo de un imperio aborigen; son además los sentimientos, las ideas de progreso y de superación que hemos perseguido desde que ancestrales tribus llegaron de Aztlán a establecerse en el Anáhuac, hasta el presente en que continuamos pugnando por adueñarnos entrañablemente de la tierra y del alma de México, en armonía con todos los pueblos del planeta, sin olvidar las trascendentales palabras del coro Athoniano: “[…] ando, ando y aunque desaparezca la patria mexicana, ando el hombre y la bandera perdurarán mañana, ando que al fuego y a la sombra jamás el tiempo hiera ando y en la naturaleza divina y soberana ando ni muere la montaña, ni el sol, ni el cielo muere”.